Aún así me atrevo a tocarte, después de llegar de otro hogar. Te digo tantas cosas para que perdones mi retraso, pero sé que tú me oíste llegar. La conocí hace tiempo, cuando tú y yo parecíamos seguir huyendo de nosotros, no había nadie para mis ojos, sólo el deseo de querer estar contigo. Erróneamente te quise encontrar en otra piel, en unas manos que enredaron mis deseos. Te confieso que siempre que la miro, es a ti a quien imagino.
Ayer volvió a pasar lo mismo, llegaste sin corbata y despeinado. Me dijiste como siempre “fue un largo día en el trabajo” (Pobre de mi amor, tiene que mentirme sabiendo que no le creo). Te dirigiste a la cama y me insinuaste caricias, y yo no las acepté porque sabía que deseabas aquella con quien olvidas a la que espera en tu casa. Todavía te atreviste a preguntarme ¿qué me pasaba? ¡Qué cínico es el hombre que engaña a su esposa!
Como siempre, regresé con la misma mentira, con los ojos de angustia y las manos de culpa. Intenté hacerte mía, pues ya extraño tú piel y tú no me aceptas, porque sabes que en las noches te busco en otra mujer. Que irónica es la vida, tú crees que deseo a otra que no eres tú, pero la realidad es que la busco porque no te puedo encontrar
Me cansé de fingir que te creo, de hacerte pensar que eres el hombre perfecto. Me cansé de intentar alejarte de ella, enamorarte una vez más de mi ser. Decidí al fin decirte que lo sabía todo, que no había nada más que ocultar y dejarte decidir entre la que le robas un beso por noche o la que le robas la vida en el día.
Aquella noche decidiste hablarme al fin, desenmascarar la mentira que no ocultaba la verdad. Me bésate en la boca como hace mucho tiempo no lo hacías. Ilusamente pensé que de nuevo en mis manos caerías, pero no pasó mucho cuando lanzaste tu mirada de hierro. Me congelé, no podía respirar. Entonces dijiste ¿A quién amas de verdad, a ella o a mí? Ya no podía esconder nada, no podía fingir que no sabía de qué me hablabas.
Al fin te hice la pregunta. Quedaste atónito al escucharme. Tardaste al responderme, pero después tus labios por fin pronunciaron su nombre. No pude evitar llorar y pensar cuál había sido mi error. Me abrazaste tan fuerte que se me escapó el aire, tan fuerte que el alma me dolió. Besaste mi frente y me dijiste adiós.
No sé por qué te di otro nombre del que quería decir, esperabas que te escogiera entre mi aventura y tu amor. Lo habría hecho de no ser por mi cobardía, porque sabía que a tu lado perdería el sabor de la carne y mi única ilusión de tenerte. Después de decirte su nombre ya no era bienvenido en tu alcoba. Salí de la casa y cuando cerré la puerta me fui llorando en la vereda.
Esa fue la última vez que te vi, jamás supe de ti otra vez. Aquella noche lloré, no supe en qué momento te perdí realmente, no supe si fue en ese instante o hace ya varios meses. Quise recordar todo lo que había vivido contigo, pero fallé en ello, el dolor no me dejaba ver más allá de esa noche. Te odio tanto porque te amé tanto y al final sólo fuiste un infiel.
Paola Cristina