Nunca conocí a mi padre, y mi madre biológica falleció cuando tenia tres años.
Me adoptó un matrimonio para los que ella había trabajado como mucama; pero también murieron en un fatal accidente automovilístico del que salí prácticamente ilesa. Tenía por ese entonces dieciocho.
Desde aquel momento me volví taciturna y poco sociable. Sentía que la vida se habia ensañado conmigo de una manera demasiado cruel. Los médicos, a raíz de mis pérdidas afectivas, me aconsejaron realizar terapia.
Allí fue donde conocí a Cristina. Ella comenzó a acompañarme con frecuencia porque entendía mi sufrimiento; ambas habíamos pasado por dolores similares.
Compartíamos salidas, charlas de café, estudios y, aunque les cueste creerlo, llegamos a salir con los mismos muchachos. ¡Qué hubiera sido de mí de no haberla tenido! Fue realmente mi primera gran amiga; aunque algunas personas no veían con buenos ojos nuestra relación, a nosotras no nos importaba en lo más mínimo.
Cristina era mi polo opuesto. Se mostraba alegre, divertida, a veces resultaba hasta disparatada. Nos complementábamos en forma casi perfecta, y así lo entendía mi psiquiatra.
Tres años después de conocerla, apareció en mi vida Clara. Para ese entonces ella tenía veinticinco y yo veintiuno.
Un otoño, mientras estaba en el Cementerio de Chacarita, colocándole flores a mis padres, ella, al verme llorando, comenzó a hablarme tratando de consolarme.
Clara era una mujer muy serena y adulta para su edad. Fuimos a tomar un café y le conté mis pesadumbres. Tuvo una respuesta atinada para todo. Las palabras justas salían de su boca. Me embriagó su personalidad.
A los quince días del primer encuentro, se presentó en mi departamento. La hice pasar; actitud que molestó bastante a Cristina, que en un ataque de celos se fue. No intenté retenerla porque sabía que sería inútil. La conocía muy bien.
Invité a Clara con una gaseosa ligth y seguimos hablando hasta que anocheció.
No me dejaba de preocupar que ya eran las veinte horas y Cris no había aparecido.
Aldrededor de las veintiuna, ella regresó pero no le dirigió la palabra a mi nueva amiga. Por fin, para cortar el hielo, preparé una comida liviana y cenamos las tres. Luego de un rato de comer en silencio, decidí que era yo quién debía disipar esa atmósfera tan densa.
Le dije a Cris, en presencia de Clara, que no tenía nada que temer, porque el afecto que sentía por ella en nada se modificaría por tener una nueva amistad. Después de media hora de descargo, ella entendió. Yo, lo único que quería era que la amistad fuera de las tres.
Un estrecho vínculo me unía a ellas. Tal vez, en otra vida nos deberíamos haber conocido. Si, debía ser eso.
¡No lo van a poder creer! Las tres terminamos riéndonos a carcajadas. Se notaba que congeniábamos, o mejor dicho, que nos complementábamos. Lo que tenía una, no lo tenía la otra.
Por fin decidí pedirle a Clara que se quedara a dormir ya que se había hecho de madrugada. Cris me miró con una sonrisa cómplice y Clara accedió.
A la mañana siguiente descubrí con molestia que Clara se había marchado, dejándome una nota en mi mesita de luz.
Por un par de semanas no supe nada de ella, hasta que volvió una tarde decidida a quedarse a vivir con Cris y conmigo.
¡Qué suerte!, pensé. Con ellas dos, mi vida ya no sería más aburrida y monótona.
De "Soledad" sólo me quedaba el nombre, porque ahora ya no me sentiría más sola.
Pasaron los meses y las tres nos hicimos inseparables; hasta que una tarde de primavera, Clara y Cris quisieron atentar contra mi vida.
Me encontró mi vecino, que al escuchar estrepitosos ruídos decidió forzar la puerta para entrar.
Estaba inconsciente, tirada en el piso en medio de un charco de sangre, con las venas cortadas. El departamento era un cáos; innumerables cosas rotas y todo revuelto. Cris y Clara habían desaparecido.
Gracias a él salvé mi vida al llevarme a tiempo al hospital.
Hoy ha pasado un mes y sigo internada. Realmente no se porqué todavía estoy aquí, si ya me siento bien.
Todos los días me viene a visitar Alejandra, mi nueva compañera. Ella es quién me da consuelo cada vez que, llorando, le cuento lo que pretendieron hacerme mis mejores amigas.
Sin embargo, ella no sabe explicarme lo que quisieron decir los médicos cuando me diagnosticaron esquizofrenia.
Raquel P.Marrodán
este cuento salió finalista en un concurso allá por el año 2006, en Editorial Dunken