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AMORES OCULTOS - Por Eduardo Juan Salleras

Entre primaveras y otoños
AMORES OCULTOS
Por Eduardo Juan Salleras
27 de marzo de 2012.-
Se autoriza su publicación solamente en forma completa y nombrando la fuente
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Recuerdo una noche de primavera, formidable y estrellada, dieciocho grados y una suave brisa, abrí las ventanas para refrescar y perfumar la casa con los aromas de la estación.
Puse buena música y a cocinar algo especial. Sentí que debía ser una velada distinta, cuando de pronto, alguien golpeó a mi puerta. No esperaba a nadie pero bien me venía una sorpresa, y así fue.
Atendí, y ahí estaba deslumbrante, sonriente, su piel brillante, sus ojos vivos, con las manos en alto preparadas para abrazarme: Alegría.
Contenta gritó en su saludo mientras sus brazos me cruzaban haciéndome girar, giramos, varias veces.
¡Cuánto placer en su actitud!
Paseó su cuerpo danzante por el ambiente entregando su magia festiva, perfumando todo de euforia.
Cenamos un gustoso menú, el que acompañamos con una botella de champaña que Alegría trajo y con sus burbujas haciéndonos cosquillas en la garganta reímos y bailamos hasta la madrugada, pasando varias horas de diversión y de fiesta cuando ella calló extenuada durmiéndose sobre el sillón.
Yo estaba tan animado que no pude pegar un ojo, entonces me quedé a una cierta distancia mirándola dormir. Hasta en sueños una sonrisa se dibuja en su rostro.
La contemplaba con ternura y deseo, me di cuenta que me había enamorado.
Mientras volaba con los sentimientos, observándola como pieza única de mi cariño, vino a mi memoria lo ocurrido una vez en el último otoño.
Era una noche terrible, cerrada y lluviosa. Relámpagos iluminaban las ventanas y el tronar de un cielo malhumorado simulaba un bombardeo.
Menos mal que había encendido el fuego del hogar, porque, como suele pasar, se cortó la luz y quede iluminado solamente con el resplandor de sus llamas.
Me pareció escuchar que alguien golpeaba la puerta, ¡Qué momento! Justo en este día… estaba para tomar algo caliente e irse a dormir temprano.
Me asomé a la mirilla y abrí inmediatamente, estaba ahí hecha sopa, con el cabello goteando, la pintura de sus ojos verdes chorreando por las mejillas y una mirada llena de melancolía.
Solamente dio un paso como para evitar más agua, y ambos nos quedamos petrificados mirándonos.
Me tendió sus brazos, yo los míos y nos abrazamos quietos en el lugar. Ella apoyó su cabeza en mi hombro, yo la mía sobre la suya.
- ¿Por qué has venido Tristeza? Le pregunté.
Sin decirme nada se aferró más fuerte… La hice pasar.
Le di ropa seca y nos sentamos frente al fuego a tomar un añejo coñac que ella trajo para el momento, mientras charlamos, con pausas, sobre su visita.
Comimos algo liviano, entre tanto, sobre la alfombra. El ambiente era de consuelo entre música de gotas que no cesaban de caer y la percusión de una tormenta interminable.
Largos silencios congelados con las miradas, y en cada una de ellas, sentí que me estaba enamorando.
Y no sé cuando debimos habernos quedado dormidos, o yo sólo – el coñac me había pegado fuerte - porque al amanecer, cuando desperté tirado en la alfombra, frente a lo que había sido un fogón y solamente brazas rojas sobrevivían, ya no estaba, ni siquiera su ropa mojada. Me incorporé rápido y grité: ¡Tristeza! Y nada.
Abrí la puerta y corrí a la calle, hacia un lado y hacia el otro, buscándola con la mirada y gritando: ¡Tristeza! Y nada.
Me di cuenta que era un amanecer sensacional. Únicamente charcos y hojas amarillas en el suelo quedaban como rastros del temporal.
Una enorme nostalgia se adueñó de mí, tal vez por haberme sentido atraído por ella.
Pero ahí estaba durmiendo Alegría, y en mi pensamiento: Tristeza; admitiendo estar enamorado de ambas.
Pero, ¿qué tiene una de parecida a la otra? Nada.
¿Cómo puedo amar a dos mujeres tan distintas?
Hasta que llegó un día, cuando menos lo esperaba, el timbre sonó en mi puerta, cerca del mediodía, abrí…quedé perplejo… no puede ser: ¿el amor de mi vida?
Cortado y sorprendido, le pregunté: ¿Cómo te llamas? ¿Qué haces aquí?
- Mi nombre es Felicidad, vine a quedarme, respondió.
Y se quedó. Todas las mañanas me despierta con un beso y la veo feliz haciendo lo de todos los días, como si cada uno mejorara el anterior. Me espera con la mesa servida, flores sobre ella, siempre dispuesta a escucharme y yo a ella; me acompaña en mis cosas y yo acompaño las suyas.
A veces la miro de lejos, sin que lo note. Contemplo sus movimientos, su flotar en la vida, como que nada la afecta, impecable, implacable, pero por momentos reconozco que tiene algo de Alegría y algo de Tristeza.
Ella sabe que me veo con ambas…es irremediable. Sin embargo, cada día me espera, como siempre, como si nada.
EJS
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