Hay felices, medianamente felices e infelices en todos los estratos sociales y en todas las épocas. A veces la fama juega en contra de muchas celebridades. Anoto un caso representativo, el de Elvis Presley, quien quizás no supo administrar el éxito que tuvo con su voz obsequiada por Dios pues pasaba sus días en blanco en los últimos tiempos. No es un secreto: estaba acorralado por las drogas, que lo llevaban a un grado extremo de hiperactividad y a caídas en pozos de depresión. Aquel ser humano que sería el rey del rock and roll había nacido en Misisipi en 1935, y fue hallado muerto en el baño de su mansión de Graceland. Cuando escucho su voz, que me suele remontar a momentos especiales, y me provoca sentimientos tan hermosos, no puedo evitar pensar, a veces, en la contradicción de la situación.
Mi perra es afortunada. Cierto es que ahora, afectada por una medida disciplinaria, no puede entrar al interior de la casa, como lo hacía antes, de manera que se encuentra en un estado de disgusto.
Por el contento que suele destilar con solo tener a su alcance su plato de purina, su agua y su paseo cotidiano, vengo a concluir que ella les lleva amplia ventaja a ciertas gentes que pasan la existencia enojándose por nada, o por el simple gusto de provocar un disgusto en los demás.
No creo, personalmente, en las recetas para ser feliz o medianamente feliz.
Una niñez sana, cultivada con el cariño de los padres, será de marcada importancia en la futura personalidad del adulto.
Pienso que se puede llegar a ser muy infeliz cuando uno compra su pasaje a un hemisferio social distinto, pisoteando el honor y los derechos de alguien. Todo el mal que se hace al prójimo vuelve en contra del ejecutor de la maldad. Eso es matemática pura.
Otra cosa: debe saberse que el tiempo pasa. O nosotros pasamos y no podemos permitirnos tantos afanes, que nos van sacando los últimos dientes de nuestra salud física y mental.
Con relación a la postergación de vivir hay un poema equivocadamente atribuido a Jorge Luis Borges, decidor de muchas verdades:
Por si no lo saben, de eso está hecha la vida, sólo de momentos./ No te pierdas el ahora./ Yo era uno de esos que nunca iba a ninguna parte sin un termómetro,/ una bolsa de agua caliente, un paraguas y un paracaídas./ Si pudiera volver a vivir, viajaría más liviano./ Si pudiera volver a vivir comenzaría a andar descalzo a principios de la primavera y seguiría así hasta concluir el otoño./ Daría más vueltas en calesita, contemplaría más amaneceres, y jugaría con más niños./ Si tuviera otra vez vida por delante./ Pero ya ven, tengo 85 años y sé que me estoy muriendo.
6 de Febrero de 2012
Delfina Acosta
desde Asunción del Paraguay