Cuentan por allí que en un pueblo pequeño, situado a distancia importante de cualquier otro sitio poblado mayor, y en un país no bien determinado, había una pequeña y antigua capilla en la que un único sacerdote, ya anciano, ejercía su oficio de salvar almas.
Viendo que a las mujeres del pueblo les costaba mucho confesar sus faltas contra la debida fidelidad a sus legítimos esposos, inventó un recurso: cada vez que pecaran contra la honestidad conyugal podrían simplemente decir al cura "que habían caído en una zanja".
Así declaraban "hoy caí una vez en la zanja", "esta semana caí tres veces en la zanja", y de ese modo eran absueltas si se arrepentían como era debido.
Todos en el pueblo conocían esta particular forma de confesar los pecados contra su matrimonio y, por tanto, contra Dios.
Pero un día el viejo cura se puso mal de salud y el obispo decidió retirarlo, reemplazándolo por otro sacerdote muy joven y con poca experiencia.
El día en que ambos curas debían encontrarse en la capilla para transferir responsabilidades, el coche del nuevo sufrió un percance durante el viaje, por lo que cuando llegó al lugar el anciano ya se había ido. No pudo enterarse el joven del recurso que había inventado su predecesor.
Todo fue bien el primer día pues aún no había escuchado confesiones. Pero al día siguiente se metió en el confesionario mientras una larga fila de feligreses esperaba su turno de ser perdonado.
La primera mujer que se arrodilló y comenzó a enumerar sus faltas lo sorprendió.
- "Padre... esta semana he caído dos veces en la zanja."
- "Hija, no veo que mal hay en eso."
- "Pero le pido que me perdone."
- "Por supuesto. Si lo deseas, estás perdonada."
Mucho más extraño le pareció cuando la siguiente mujer había caído una vez en la zanja ese mismo día, y la siguiente tres veces, y lo mismo se repetía en muchas feligresas que confesó ese día y el siguiente.
- "Las calles de este pueblo deben estar hechas un desastre. La gente vive cayendo en zanjas." - pensaba.
Al fin se decidió.
- "Debo hablar hoy mismo con el Alcalde."
Y solicitando la audiencia debida, horas después estaba cara a cara con el responsable del lugar.
- "Señor Alcalde. Sabe usted que soy el nuevo párroco a cargo. Todo está bien en mi capilla, en lo ´material y en lo espiritual. Pero parece que no ocurre lo mismo con el pueblo."
- "¿Por qué, padrecito? ¿Qué tiene el pueblo de malo?
- "Que las calles deben estar hechas un desastre. Fíjese usted que dos de cada tres mujeres que vienen a confesarse me cuentan que se han caído en alguna zanja."
El Alcalde sabía, obviamente, acerca de qué era lo que realmente significaba el asunto de las caídas en la zanja, y no pudo evitar que la risa se apoderara de él. Pero el curita lo interrumpió con rostro muy serio.
- "No tanta risa, señor Alcalde, que esta semana su propia esposa de usted cayó tres veces en la zanja!"
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